domingo, 17 de febrero de 2013

Impresiones

Por Jorge Iván Dompablo.
 

Había llovido toda la tarde
Había llovido toda la tarde en que Andrea llegó empapada a su casa; cuando su madre salió a abrirle la puerta,  llevaba, para medio protegerse, un viejo paraguas al que le faltaban algunas varillas dándole un aspecto ridículo. Estaba a punto de comenzar con el regaño ritual, pero el aspecto de naufraga que traía la chica la obligó a hacerse a un lado y simplemente la dejó pasar, incluso trató de protegerla como si no trajera encima toda la lluvia que había caído en esa tarde.
         Apenas entró en la primera habitación, de las dos que componían junto con el pequeño patio de tierra toda la casa, se quedó parada encima de la jerga, su madre que se había entretenido en colocar el paraguas detrás de la puerta se le quedó mirando, tiritaba.
­          - Te va a dar una pulmonía- le dijo.
Andrea permanecía clavada en su sitio, encima de la jerga, con la mirada extraviada. Su madre buscó una toalla en el ropero, con ella la envolvió tanto como pudo y la condujo a la siguiente pieza en donde la obligó a sentarse encima de la cama y fue a buscar unas ollas para poner a calentar un poco de agua. Mientras tanto la hija rememoraba.
Cuando le llamaron para decirle que al fin lo habían encontrado, no supo que sentir, hacía tres días que no se sabía nada de él, las siguientes palabras que escuchó orientaron su dolor. Salió tan a prisa que olvidó llevar consigo las monedas suficientes para tomar el microbús de regreso. Afuera de la casa del muchacho vio el maldito moño negro, la puerta estaba abierta, adentro un grupo muy reducido de personas se miraban entre sí y luego volvían a la contemplación monótona del ataúd.
 La casa era igual de pobre que la suya. No supo cuanto tiempo estuvo parada sin saber qué hacer, hasta que el aroma dulzón de un café que se preparaba  en la cocina la hizo tomar conciencia de sí misma, usó todas sus energías para dar unos pasos desafiando a la fuerza de gravedad que tiraba de sus entrañas en dirección al piso.
El rostro que miró a través del cristal le pareció el de un extraño, pensó casi con felicidad que se habían equivocado, que no era él; el rostro pálido se veía mucho más ancho que el que su memoria guardaba, se parecía más bien al de un muñeco de plástico. Tuvo que comparar cada uno de los rasgos de ese rostro con sus recuerdos de una forma metódica para convencerse de que era él. Qué tanto nos cambia la muerte que ni siquiera nos parecemos a nosotros mismos, pensó.
En los días de angustia vividos tuvo tiempo para crear un sinfín de escenarios, en los peores se imaginó parada frente al féretro llena de odio reclamándole por no hacerle caso, y ahora que estaba allí supo que no tenía sentido, ¿de qué valía ahora que ella tuviera razón si al final de cuentas quien estaba muerto era él, si de todas formas ya no la escucharía? Se dio vuelta y salió.
 

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