Por Jorge Iván Dompablo.
Era la tierra seca
Era la tierra seca, áspera y blanquecina lo que más le molestaba de la situación, lo otro no importaba, después tendría tiempo para preocuparse. Lo inmediato era evitar esa picazón en la garganta que lo obligaba a toser contra su voluntad, pues, ahora lo veía, el aire que expulsaban con violencia sus pulmones levantaba diminutas tempestades frente a su rostro, tempestades que inhalaba con desesperación a su pesar. Había entrado en un círculo vicioso, en el que la convulsiva tos le vaciaba de aire los pulmones con la consiguiente sensación de ahogamiento, lo cual lo obligaba a aspirar de manera desesperada los remolinos de polvo.
Cerró los ojos que comenzaban a arderle y trato de pensar. Algo en especial debe de tener esta tierra, alguna sustancia a la que soy alérgico. Nuevos estruendos vibraron en su pecho, iba a abrir los ojos, pero la orden muscular, que ya viajaba veloz, fue interceptada en el último momento por la idea de que sería un gasto innecesario de energía, esperó todavía a que pasará el siguiente ataque. Aspiró y antes de que las convulsiones llegaran otra vez, concentró todas sus fuerzas en un movimiento con el cual consiguió voltearse boca arriba.
El picor en la garganta fue disminuyendo hasta que cuajó en una costra. Los parpados cerrados cambiaron de un tono café a uno naranja que rápidamente se convirtió en rojo intenso, maquinalmente giró un poco la cabeza para tratar de evitarlo. Es el sol. Se sintió feliz. Me recuperaré un poco, estoy muy agotado.
Un choque de adrenalina lo obligó a abrir instintivamente los ojos y el sol se los quemó, volvió a cerrarlos. Algo caminaba por arriba de su ceja derecha. Una araña. Intento mover sus manos pero no pudo. Va a meterse en mi oído. No podía hacer nada, sólo imaginar, describirse la sensación… No era muy grande y estaba tibia. Estoy sudando. Sonrió, y para comprobarlo giró la cabeza al lado contrario. El movimiento que sentía arriba de la ceja se detuvo y luego cambió de dirección.
Se imaginó a sí mismo tirado como estaba, sudando en medio de la nada, el rojo de los parpados cambió el color del sudor en su imaginación. Quizá es sangre. Aspiró profundo tres veces y alcanzó a percibir un sabor a ocre. Es sangre…
A ver si deberás eres muy machín, cabrón…
Algo se le revolvió en el estomago, no quería pensar en eso, escuchó un crujido y la tierra comenzó a temblar acompasadamente, respiró profundo una vez y estuvo atento. Ahí siguen. Sólo la tierra seguía temblando. Comenzó a contar lentamente. Uno, dos, tres…
Paró en el tres mil seiscientos. Una hora y nada. Pero la tierra seguía temblando. Maldito sol, de seguro es mi cabeza, ojalá pronto oscurezca. Intento mover uno por uno de sus miembros y, exceptuando la cabeza que podía ir de izquierda a derecha, ninguno le respondió. Estoy muy débil. Más al rato.
Para pasar el tiempo se ejercitó en recordar, saltaba de un momento a otro de su vida. Es como un largo insomnio. Hábilmente evitó durante horas los hechos recientes. No supo en qué momento el rojo dejó de serlo. Primero observó a su derecha, luego a su izquierda. Nada, estoy solo. Y comenzó a sentirse triste, luego el hambre y finalmente la sed que sentía lo hicieron concentrarse en otras cosas.
Trató en vano de moverse en repetidas ocasiones. Estaba a punto de llorar, pero se sintió ridículo. No tiene caso…
Primero apareció la luna, después una estrella. Es un planeta, pero ¿cuál? La noche toda llena de estrellas se veía magnifica. Tenían razón no valía la pena meterse en estas cosas… Se interrumpió, y se quedo mirando el cosmos, luego cerró los ojos…
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