Por María de Jesús Gómez Lazos.
IV
¡Sí, ya sé!, no son suficientes rostros, rumores ni rutas
para encontrarla. Usted que la busca no pregunta nada; no solicita testigos de
la última vez que fue vista; no frecuenta los sitios que ella frecuentaba; no
se mueve si la mira… sonríe.
Y ella ¿se hará preguntas? Cuando entra el sol por la
ventana, cuando la luna guiña desde lo alto del pasillo. ¡Qué emocionante la
tercera llamada! pero las emociones se hicieron para estómagos blindados,
inmunes a las amibas y a las mariposas. El resto necesita un tecito caliente
con manteca y convertirse en Buda por dos o tres días de la semana. ¿Quién será
ahora?, ¿llevará peluca?, ¿estará bien de salud?
Si no protesta continuaré, usted sabe lo que dicen del
que calla. De la bolsa del silencio seguramente va esparciendo las migajas. La
nada borra el camino, los sentidos… las pisadas. Le dije ya que no habla
¿verdad? Pues en efecto, nunca ha dicho una palabra.
Presiento que se encuentra en la madrugada, bajo los
árboles, cuando las gotitas de rocío comienzan a cubrir las plantas. En las
tardes del desierto, en las noches de la playa. Guarda en su cuaderno arena del
reloj que se rompió porque para almacenar el tiempo no hace falta medidor.
Usted sabe que sigo y me deja continuar porque lleva
arena en los ojos, porque lee antes que el mar. Guárdeme el secreto, entonces y
sígame sin cesar. Llegaremos a otros tiempos, a otras tierras a otra faz. Su
voz se teñirá de verde, sus pasos dejarán de caminar y plantaremos semillas en
el asfalto de la ciudad.
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