Por Jorge Iván
Dompablo.
Noche
La lluvia toca suavemente
a la ventana, el respirar acompasado,
casi tranquilo. De vez en cuando un leve
gemido, un sobresalto en el pecho te hace acariciar su mejilla, abrazarla un
poco más fuerte. En vano tratas de imaginar su pesadilla jamás asible, monstruo
de cien cabezas que siempre se recompone ¿cómo atacarlo si está dentro de ella?
A veces en la desesperación más terrible has concentrado todas tus fuerzas para
asestarle el golpe definitivo y después salir huyendo.
Te
imaginaste bajo la lluvia corriendo al lado del río embravecido que se lleva
nuestra mierda al mar, imaginaste el contacto frío del agua y tus lágrimas
calientes, imaginaste la desesperación del arrepentimiento sin salida, pero
¡sorpresa!, tu golpe siempre acertó en la niña asustada que se deshacía de
dolor, luego tu arrepentimiento, el asco, tus maldiciones contra un dios en el
cual ya no creías, al cual ya no podías volver por más que te esforzaras en
mentirte. El rostro en el espejo que te mira con los ojos inyectados de sangre,
la voz interna que dice que tienes que seguir incluso sin motivos, aunque todo
esté perdido desde el comienzo.
Un
sudor tibio cubre todo su cuerpo y en los espacios donde el tuyo lo toca la
humedad los pega. Por vez primera, sólo por un breve momento te sientes pleno.
El cuerpo tibio, el aroma de su cabello
en el cual te internas como en un bosque donde se puede respirar con
tranquilidad mientras ella duerme. Lluvia que repta en los cristales. Impúdicamente
estudias cada uno de sus gestos, reconoces con las manos ese espacio ajeno que,
lleno de asombro, miras resplandecer en la oscuridad. Afuera los camiones de
carga pasan arrancándole estertores al silencio, los imaginas como rectángulos
distorsionados en color sepia que, conforme se alejan, disminuyen en
proporción.
El
tiempo que no perdona nada avanza y, conforme presientes la llegada del día, la
angustia va aumentando. Cerdo satisfecho
te dice la conciencia y tu felicidad se escapa, te saca la lengua. Las nubes
negras, los buitres melancólicos, los niños de la calle, los cerdos que desde el
púlpito adormecen al rebaño, sus camionetas de lujo, tu abuelo viejo que dice
que ya no tiene fuerzas para levantar la cosecha, todo por dos mil pesos…
La
gente enloquecida por el poder, aprendiendo a bajar la cabeza hasta que les
llegue su oportunidad de destrozar cráneos, ¿de sentirse vivos? Toda la
angustia que llevas arrastrando sin que por ello se deshilache un poquito,
¿cómo vas a vencer si te enseñaron a no hacer trampa aunque ellos siempre la
han hecho? Suena la alarma, sólo un breve tic que de inmediato callas, te
liberas de sus brazos, ella te busca como un gatito ciego, la cubres, le das un
beso y sales sin esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario