domingo, 7 de agosto de 2011

Columna vertebral

El pintor y su modelo desnuda
Eduardo Zamaicos y Zavala

La musa
(Primera parte)
La primera vez que la vio, ella estaba desnuda y se moría de frío; no hubo amor a primera vista, más bien él se preguntó cómo podía estarse quieta y aparentar esa calma celestial mientras todas esas miradas ávidas recorrían su cuerpo, o se detenían en algún punto de él: la cintura esplendida, el muslo nácar, la pierna…, en un afán algo morboso por obtener la mejor representación de ese ángel que posaba para ellos sobre una vieja mesa de roble. La mayoría eran hombres entre cuarenta y sesenta años, sólo ellos dos no rebasaban los veinte. La sesión apenas duró veinte minutos agobiantes para él, pues le temblaba la mano. Mientras veía cómo los demás sacaban el mejor provecho de aquel cuerpo altivo que durante diez minutos estuvo dándole la espalda y en los últimos diez lo miró de frente. Hubo cierto momento, mientras intentaba delinear los rasgos principales de su rostro, en que notó cierto sonrojo cuando sus miradas se encontraron, sólo eso, luego ella recuperó el aplomo y elevó sus pensamientos a alturas insospechadas. Todos los demás (dibujantes con experiencia) hicieron un esbozo general bien proporcionado y dejaron el acabado, ya sin modelo, con más calma, para después. Sólo él dibujó una mujer deforme, demasiado rígida y tosca que nada tenía que ver con la modelo. Al terminar alguien le ofreció una manta con la cual ella se envolvió mientras la dejaban a solas para que pudiera vestirse.
       La segunda vez que la vio fue ese mismo día cuando aún, algo aturdido por su fracaso ante la modelo real, dibujaba con carboncillo la mascarilla mortuoria de un antiguo grabador y ella pasó a su lado y, con una sonrisa muy cordial, se despidió de él…
Jorge Iván Dompablo.

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