domingo, 29 de mayo de 2011

La sombrita

Gatos
Louis Wain

He conocido a mi nuevo pintor clásico favorito; se trata de un artista cuya producción estriba, entre maniática y magistralmente, en gatos al por mayor. Sus creaciones se desbordan en el lienzo, por un lado, como una perfecta crítica a los seres humanos que tenemos, todos y sin excepción, algo de gatuno y, por otra parte, en una franca fascinación creciente por aquellos animales encantadores y enigmáticos a quienes por algo los egipcios tenían por deidades eternas.
       ¿Quién fuera gato para andar por los techos en plena madrugada, trepar por los más inusitados lugares, seducir gatas vecinas en una descarada y honesta poligamia sin compromisos? ¿Quién pudiera ser el gato anti-gravitatorio que se le aparecía a la legendaria Alicia de Lewis Caroll, o bien, alguno de los de Don gato y su pandilla, o el perezoso Garfield con su antitético y natural sarcasmo? ¿Quién pudiera ser gato para maullarle a la luna, seducir de vez en cuando a una cuarentona en triste soltería y vivir a sus costillas; cazar lagartijas, ratones y pájaros, y luego, seguir tan felino y desentendido sin remordimiento alguno? Aceptemos en este punto que dichas creaciones de Dios son, por mucho, más honestas que los seres humanos.
       El gato es la mascota femenina por naturaleza, es una criatura pacífica que anda descuidada pero con elegancia sin par. Ya quisiera cualquier mujer recuperar la figura tras el embarazo como lo hace la hembra de esta especie. Es, además, un ser cínico: se larga días enteros de parranda sabe Dios a dónde, luego regresa como si nada, deslizándose con todo su cuerpo desde el costado hasta la cola por la pierna de la dueña, aunque claro está que eso de “dueña” es muy relativo e imperfecto porque en realidad el único poseedor real de un felino es él mismo. Sólo el gato es amo, casi por entero, de su propio destino.
       Aunado a su personalidad de indiferencia y frivolidad extremas, está su perfecto desapego, su irreverencia hacia el ser humano: el gato mira al hombre con desprecio y desdén, como si se burlase de sus virtuales y fantasmagóricas preocupaciones, como si la sociedad y las virtudes de las buenas conciencias le parecieran de lo más simplonas. Él nos observa desde sus ojos mágicos que reflejan la luz como dos astros que miran al sol por un espejo; vigila nuestras noches en llamarada eterna y efervescente al tiempo que goza sus inauditas y descaradas orgías, en ellas chilla como un niño, les pone a los humanos los pelos de punta, los obliga a levantarse malhumorados y con el resabio de la envidia que tales noches de despreocupado placer gatuno le produce a su huraña y absurda especie. El gato le mira desde la balaustrada de la venta y, lentamente, cierra los ojos… reposa la noche… recupera fuerzas.
Nidya Areli Díaz.

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