La hoguera
Giordano Bruno
Desperté con un sabor amargo en la boca y la impresión de estar olvidando un asunto importante mantuvo mi angustia durante toda la jornada. Así, por precaución, en la mañana verifique que en la maleta se hallaran todos los objetos necesarios, toqué la bolsa de mi pantalón para cerciorarme de que mis llaves estuviesen en él antes de salir a la calle, a media cuadra volví sobre mis pasos, empujé la puerta: estaba cerrada; entonces emprendí la carrera pues tantas previsiones devoraron los diez minutos de “colchón” que siempre dejo para cualquier imprevisto. Por instantes, a lo largo del día, comenzaba a sentir que llegaba algún indicio y descubriría la razón por la cual tenía esos síntomas; sin embargo, no fue sino hasta muy entrada la noche cuando, al encender el fuego para prepararme el café, lo supe. Había soñado que se incendiaba lo que mi amada y yo llamamos “nuestra biblioteca” que son, un montón de libros (aproximadamente mil doscientos) ordenados en repisas confeccionadas por nosotros mismos y que cubren dos de las cuatro paredes de nuestra habitación. Ahora lo recordaba nítidamente, las llamas extendiéndose sin control y mi angustia que iba de ellas a su rostro, sin atinar a consolarla o a ir por algo para sofocar el fuego, finalmente opté por lo segundo; salí gritando que ahora volvía ante la cara de estupor, agonía y cierto asombro diabólico con la que mi pareja afrontaba la situación. Fue en ese preciso instante cuando sonó el despertador y las prisas no me habían dado tiempo para digerir que sólo se trataba de un sueño.
Me recosté preocupado, ella dormía, en su semblante noté cierto asombro y desesperación, la abrace fuerte, cerré los ojos con el temor de encontrar la biblioteca reducida a cenizas.
Jorge Iván Dompablo.
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