Por
César Abraham Vega Guerra.
LIBRA
![]() |
Fantasma Warren Criswell |
Todo el
día esperé a que llegara este momento. Todo el día desde que me levanté ansiaba
poderme arrojarme sobre esta cama y dejar... así, sin más, que el sueño se
apoderara de cada fibra mía que soy yo... pero a tu lado.
Tu cuerpo es muy el tuyo, tan perfumado, tan dócil, tan tuyo,
tan hombre tuyo y tan de ti; eres tú, no hay duda, no hay quien lo niegue, ni
siquiera yo. Pero mi cuerpo es... un cuerpo al que no le pertenezco... es un
cuerpo de alguien que me encontré, justo en el momento en que iba naciendo... O
tal vez moría y yo pensaba que nacía, ¡ya ni lo sé!... ya no importa... es un
cuerpo y es en el que estoy... en el que viajo; y ni siquiera me queda, pero ya
ves.
El asunto es que, cuando me abrazas y dejas ese perfume de tu
cuerpo sobre este que se supone que debería de ser el mío, soy menos yo de lo
que ya había sido nunca y entonces solo soy yo dentro de un cuerpo —que dios sabrá a quien diantres pertenezca— que a su vez está adentro
de un halo de perfume de otro cuerpo que solo te pertenece a ti.
Y otro asunto aún más delicado es el de los besos, esos besos que me has
dado y que yo no he sabido donde ponerlos más que colgados de estas mejillas,
de los labios, de las manos, de la frente, de los muslos, de los pechos y del
sexo de este cuerpo que ni mío es. ¿Quién rayos me ha otorgado esta horrenda
autoridad para colgar los besos tuyos sobre la piel de un cuerpo que no me
pertenece? ¿Quién diablos me ha malaconsejado tanto para robarme un cuerpo tan
juvenil, tan bello y pretenderme la depositaria genuina de estas caricias, de
estos besos, de la fiebre tuya que me abrasa y me arroba al hacerme el amor?
—Soy tuyo, todo tuyo mi amor— me dices sin sospechar siquiera que
aquello no es posible, que no puedes ser mío porque ni yo misma me pertenezco,
y entre más lo dices, entre más te aferras, entre más te haces “mío”, menos mía
soy yo. Estoy perdiendo el equilibrio, ¿es esto estar enamorada? Me parece que
sí, creo recordar muy vagamente que ya antes lo estuve, sí, eso parece, me
enamoré y morí. Me enamoré una vez como si fueran mil en un instante... fue
demasiado intenso que morí.
Irremediablemente el amor termina conduciéndonos a la enajenación, y la
enajenación es una forma triste de morir. Nada en el mundo nos obliga, nada nos
tiene atados a ello, morimos por el puro gusto, por dar placer al incendiario
que siempre nos habita, porque nos fascina coquetear con lo inmortal. Y entre
más tuya trato de ser, voy dejando de ser quien soy.
No eres mío, no me amas... esas cosas tuyas que me entregas pertenecen
a otra, a la dueña de este cuerpo que
poseo, y esa no soy yo. Pero me gusta, me place tanto acariciar este estupor
tan lindo y creo que es esto a lo que llaman felicidad; y que no es más que una
mera consecuencia de aquel otro estupor aún más lindo e inabarcable que creo
que es a lo que llaman amor.
Gimes, amas, muerdes, jadeas; sufres bellamente; chupas, penetras,
acaricias, te agitas, te revuelves, sacudes y eyaculas, me abrazas tembloroso
como la luz de la luna que vibra al
entrar por la ventana, ajada suavemente por el follaje que es movido por el
viento nocturno.
—Te amo, Viridiana— me dices y me congelo, me muerdo los labios que no
son míos hasta herirlos y quisiera gritarte al rostro que mi nombre es María; no
puedo, no puedo gritarte que lo soy y que yo también te amo.
Me siento tan intrusa, esto es tan raro, sé muy bien que cuando me vaya
no amarás tanto este cuerpo que no es mío porque ya no soy yo, pero segura
también estoy de que no me amarías a mí sin estas carnes hermosas que fueron
las que a ti te enamoraron; es tan raro porque estoy segura de que amas un poco
de cada una, y moriría de nuevo por saber qué es lo que más te gusta, a quien
preferirías sobre la otra.
Ya no puedo, esto me mata, así que abandono este cuerpo de Viridiana y
floto por la habitación un rato y te acaricio la piel un poco con mis manos de
ectoplasma, salgo apesadumbrada por aquella misma ventana por donde entraba la
luna. —Te dejo con tu Viridiana, ya no volveré nunca— murmuro en el silencio y
me pregunto si esta promesa de abandono será por fin la definitiva, si de una
vez por todas me convenceré de que nadie se enamora de un fantasma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario