Por César Abraham Vega
Guerra.
Leo
Cuando desperté pensé que dormía... hice
tanto por no soltarla de mis brazos, la abracé como un león impío que no
perdona, hice cuanto pude por aferrarme a sus costillas hasta el último flujo
de conciencia que atravesó los cuencos de mis ojos... muchos años atrás ceñí a
Elena del mismo modo, con toda fuerza, con toda vida, con toda intención de
hacer con mis brazos fronteras para impedir que la vida se le saliera del
cuerpo... ¡pero carajo! Se le salió.
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León Bernarda Enriquez |
Cuando desperté aquella madrugada pensé que
aún dormía, pensé que sus labios seguían aún tibios, que sus mejillas tan
blancas aún rebosaban de sonrojos y de hoyuelos... los hoyuelos que despuntaban
cuando se sonreía.
Pasaron tres mil segundos, quizá, antes de
recordarlo todo, la sillas que le arrojamos, las esquirlas de las botellas, los
vidrios de las ventanas clavadas entre mis carne, aquella triste penumbra más
absoluta que a mis ojos haya cegado; el crujir de las duelas con sus pasos
terribles, el sabor a la sangre que mi boca llenaba, los gritos de la Elenita
ahogarse en aquella noche, después desmayé y no supe... no recuerdo casi
nada... desperté y le miré su rostro, reposando en la duela junto al mío, con
sus cabellos suaves cayéndole en la cara, con sus rasgos de niña inocente,
imperturbable.
Me levanté con un dolor atravesado en las
rodillas, con chorros de sangre brotando de mi cara, con la luz del foco aún
tambaleando desde el techo. Nunca supe cuántos de mis mareos fueros provocados
por la bebida y cuantos otros por el golpe en la cabeza. Cuando pude escuchar
de nuevo cada fibra de mi piel se estremeció, escuché el vaivén de su voz que
henchía mis oídos con el miedo, sus pasos terribles cruzaban los cuartos de la
casa retumbando estrepitosos en los maderos viejos de las duelas. La oía dar
traspiés en la recámara de arriba, segundos después escuchaba su voz fétida
murmurando a mis oídos cosas que me acercaban al suicidio. Azotaba las ventanas
y las puertas, soplaba su aliento muerto congelándome los huesos...
Sentí las entrañas embotadas de un cruel
miedo, quería gritar hasta colapsarme los pulmones, no recuerdo mucho de eso,
tal vez grité desaforado rasguñándome la cara, tal vez fue ella la que me
gritaba en la cara mientras me clavaba las uñas en el rostro intentando
morderme cada ojo.
Tenía que escaparme de ahí antes de que mi
alma decidiera adelantarse. Tomé la muñeca de Elena para poner su brazo alrededor
de mi cuello, una descarga de hielo atravesó mis falanges desde su piel
eterizada, me rehusaba a pensarla muerta y la tome de la espalda para salir
junto con ella, pero me aterrorizó el ver su cabeza moverse rígida imitando la
trayectoria de su torso, sin colgar desde su cuello como eventualmente lo haría
un cuerpo vivo pero exangüe. El rigor mortis entablillaba cada gozne de
su cuerpo, cada trazo era pétreo, inmóvil... irremediable.
Mi miedo se trocó por odio y arrojé de todo
a todos lados, invoqué a Chokani a que se llegara hasta mis brazos, a que me
descubriera de su manto transparente el horror y el misterio de su rostro, a
que me diera muerte fulminante, a que me dejara tomarle del pescuezo hasta
morirme o yo matarle a ella de nuevo, si es que eso era posible.
Cuando desperté ella dormía, con sus
cabellos hirsutos cayéndole en la cara, su rostro totémico, con dos grandes
surcos en las mejillas labrados bellamente por la erosión salina de su llanto.
Yo la abrazaba sin pensar mucho en ella... mi mente estaba aterida de Elena... ¡que
tristeza que haya muerto!, ¡sabía tan poco sobre ella!... que olía muy rico a
veces a jazmin y otras a menta, que tenía desportillado un diente, que le
gustaba London calling, que vivía sola con su mamá en la Roma, que tenía
unas manos muy bonitas, que su piel era muy blanca, que era un año más grande
que yo, que tenía un perro al que llamó Juguete, que le habían nombrado
Elena como su abuela materna, que le gustaba el vodka, el rock, el chocolate,
los capuchinos, las tortas de milanesa,
el pasto mojado, el humo de los trenes... que tenía un chingo de discos chidos...
pensaba en que nunca supe su cumpleaños pero sí supe que era Leo.
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