domingo, 14 de octubre de 2012

Encuentros


Estación de tren

Estación de tren
Clara Uribe
Aquella noche en la que nos despedimos sucedió lejos de una estación de tren, pero quisiera ubicar esa escena en ese lugar porque parece ser que fue la última vez que nos despedimos con el corazón, estarías las últimas semanas del mes de diciembre en casa de unos parientes en Guanajuato, así que supongo llevabas una maleta con ropa suficiente para sobrevivir el gélido clima, traías puesto un abrigo negro que cubría la mayor parte de tu cuerpo, unos botines grises y un gorro navideño, uno que te había regalado (me parece gracioso describirte con algo en la cabeza), tus labios estaba algo resecos, apenas nos abrazamos el tiempo se esfumó, agregamos a la canasta de buenos deseos, varios besos, palabras de amor, mentiras piadosas y un hasta pronto.

          El tren traía varios minutos de atraso, ¿por qué fantaseabas con viajar en tren? Tal vez fue la fascinación por la historia de “El viaje de Chihiro” de Miyasaki la que me hizo traer hasta aquí este pasaje de nuestra vida, no niego que me atrajera esta atmósfera; sin embargo, recuerdo que cada que terminaba de ver esa película me invadía cierta melancolía, quizá muy similar a la que sentí cuando te subiste al tren. Estaba cerca de oscurecer, no había muchos personas en la estación, te di un último beso, ayudé con tu equipaje, la máquina anunció su salida, se puso en marcha, mi mirada se clavó en el horizonte mientras la distancia entre el tren y yo comenzó a crecer abismalmente. No volverás, ese fue un pensamiento infundado que prevaleció en mi mente detrás de tu partida.

          Han pasado tres días desde que te fuiste y para ser honesto extraño tanto el calor de tu cuerpo, como las notas desafinadas de tu voz, acordamos una fecha para comunicarnos y ya estoy impaciente por la llegada de ese momento, en tanto pretendo aprovechar las tardes después del trabajo para ver a algunos amigos que por otras ocupaciones he dejado de frecuentar, esta tarde en particular iré con una amiga que me ha invitado a tomar un café en un centro comercial. Hablo con ella acerca de mis planes para el próximo año, sobre mi novia, me cuestiona un tanto de cómo se ha dado la relación, defendí hasta donde pude las circunstancias de la misma. Cabe señalar que entre los dos hay casi doce años de diferencia, y que entre los dos las cosas estaban bien, paramos la discusión, emprendimos la caminata entre los pasillos de los aparadores hasta dar con un movimiento torpe que nos llevó a quedar de frente y, sin pensarlo, comenzamos a besarnos, después no entendí del todo porqué lo había hecho, confundido decidí que lo mejor sería irme de ahí.

          Confieso que esa no había sido la primera vez que te había engañado, pero si fue la última, cuestionarme acerca de cómo llegué a esa situación fue algo complicado, se suponía que había un sentimiento de apego hacia ti, cómo puede romperse algo tan sólido con tanta fragilidad. En búsqueda de una respuesta interna, deambulé varias veces por la estación a la espera de encontrarte de manera fortuita, me hubiera gustado que aparecieras sin aviso, abrazarte, pedir perdón, pero para cuando volviste dejé atrás mi valentía y me arropé en la ilusión de que aún me querías. El resto de meses que estuvimos juntos a tu regreso tuve la sensación de haber estado más distanciado de ti, poco nos duró el gusto. Ahora estoy aquí sin equipaje ni rumbo fijo a la espera de un tren, sentado en una banca, tomo café, ya perdí un amanecer, y ante esa pérdida lo que más deseo es al menos verte para escuchar de ti un adiós.

Frank CasPe.

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