martes, 6 de diciembre de 2011

La sombrita

Quijote
Gustave Doré
En la bravura del tiempo y las sinrazones de cada día se encuentra la esencia de la vida. Solemos disponernos a las hazañas grandes las más de las horas, y éstas se pasan inclementes e impacientes sin que llegue la hazaña tan ansiada. Si la vida es sueño, ¿qué será la muerte? Sueño también, dice el gran Unamuno. Y de entre sueños se yergue la existencia sin más antesala ni más colofón que la nada. Usurpando a la existencia un pedazo del sedal de la tela que urde, tejemos la nuestra, microscópica entre las existencias todas que no fueron, son y serán…
       El alma, poblada de cuestionamientos, temores insomnes y aflicciones robustas, se nos escapa del cuerpo en la espera, y pues la espera no rinde frutos, y tan egoísta es la espera como lo nefando de la misma. Se aboga por lo elaborado y sublime tanto como por la simplicidad, aunque claro está que lo sublime suele ser simple pues, ¿no son los extremos caras de un mismo ente? En la turbulenta, osada, o pacífica beatitud de lo que es, navegamos, airosos unas veces, ansiosos otras; o naufragamos sin más consuelo que un poco de sol en los días nublados.
       Buscamos la brisa cálida en un remanso de consuelo que no existe o, ¿acaso alguien ha visto el paraíso? El edén no existe sino en cada sustancial corazón que lo inventa y lo recrea para consuelo propio. Y puesto que las imprecaciones y sinsabores del osado mundo nos abruman de vez en vez, no queda más que respirar el aire ocioso y enervante de la vida, pararse al sol frente al horizonte y empezar de cero. En la renovación del esfuerzo, la avidez de lo simple y la espera que es también la esperanza, está el lenitivo del alma. Y porque la vida es sueño soñemos proezas homéricas, recobremos el aliento lanza y adarga en mano, y no importa que tan oxidadas estén nuestras armas, no se olvide que cual quijotes, siempre podemos arreglarlas con un poco de cartón o lata, que de vencejos viejos con que arreglar las armas están llenas las calles de esta ciudad y de este mundo.
       Si resuella el corazón hay que atizarlo, cantémosle una canción y ¡a la batalla!, que guerra es la faena del día, y pues que de faenas y batallas y alguna ramplonería se suceden las horas, ¡a resollar, y suspirar, y guerrear y morir, morir y soñar!
Nidya Areli Díaz.

1 comentario:

Claudio Phoenicoperus dijo...

¡Magnífico! Felicidades, siempre es usted mi favorita.