domingo, 12 de mayo de 2013

Impresiones

Por Jorge Iván Dompablo.

El cementerio
No me gusta pasar por el lado del cementerio, no es miedo a los muertos el que tengo, incluso acompaño a mamá  cada mes a llevarle flores a mi abuela. A pesar de la aridez de la tierra, pues no hay ni una sola lápida en aquel panteón, el lugar me parece agradable. Me llevo un cuaderno y un lápiz y me pongo a dibujar monigotes,  peces, árboles. En otras ocasiones me dedico a observar los bichos, hay gran variedad de ellos: saltamontes, grillos, arañas de diferentes tipos, moscas de colores, abejas, ciempiés… En fin, con decirles que mamá en muchas ocasiones tiene que dar un fuerte tirón en mi camisa para que regrese al mundo.
         No, no es miedo a los muertos,  ellos ya no causan problemas, se quedan quietecitos en su lugar, no le ponen peros al cajón en que se van. Mi miedo se debe a otras razones, ¿cómo decirlo…? Bueno, pues habrá que comenzar por el principio y decir que el panteón en donde está mi abuela y el cementerio que me causa terror no son la misma cosa. Aquí en el pueblo le decimos El cementerio a un terreno baldío que está en las afueras, era de las tierras que repartieron después de la revolución, según me conto mi abuelo, para que la gente cultivara, nada más que de un tiempo acá, con eso del cambio climático y como no tenemos presa, ya no le siembran nada porque se seca la cosecha.
         A mí me da pavor caminar por ahí solo, por eso mis compañeros en la escuela dicen que soy marica; ellos, en cambio, esperan todo el santo día a que suene la chicharra y corren al cementerio. Esto a pesar de la advertencia de los maestros, quienes siempre nos andan diciendo que no pasemos por ahí, que mejor le demos la vuelta por el otro lado del pueblo. Yo siempre les hago caso y no es que me las dé de muy obediente, la verdad antes era mi lugar favorito para irme a buscar bichos y dibujar monigotes, me le escondía a mi papá cuando se iba con los borregos a buscar algo de yerba para que comieran.  Él se enojaba mucho y empezaba a gritar —Cabrón chamaco, ¿dónde te metiste?—. Y yo escondido detrás de los chiqueros escuchaba como mi mamá le decía —déjalo, que de seguro tiene mucha tarea y la tiene que hacer— y me iba al cementerio con mi mochila,  por si me cachaban aparentar que estaba haciendo la tarea, pero luego luego que llegaba me ponía a ver los bichos o sacaba una libreta y comenzaba a dibujar.
         Así anduve meses, pero un día cuando llegué al cementerio que me encuentro a un hombre. Tenía la camisa manchada de sangre y a su alrededor había una mancha negra y unas moscas de color verde esmeralda ―la verdad es que nunca he visto una esmeralda, pero con ese tono de verde me las imagino― le volaban encima. No tuve miedo. Sí, mi miedo no es a los muertos. Me le quede mirando un rato y luego regrese para mi casa, venía yo tan pensativo que no me di cuenta de que era la hora en que regresaba mi papá y, pues, que lo encuentro a mitad del camino.  Como me empezó a regañar, para tratar de distraerlo le conté lo del muerto. Me dijo que me fuera para la casa con las borregas. Llegué y las metí al corral.
Casi toda la tarde anduve dando vueltas y vueltas, esperando a que mi papá regresará y nos contara que había pasado. Por la noche mi mamá, ya muy preocupada porque no volvía, lo fue a buscar. Regresó llorando y me dijo que lo tenían detenido, porque supuestamente él era el principal sospechoso por el muertito y aunque  les dijo que si él lo hubiese matado no les habría ido a avisar, no le creyeron y ahí sigue desde hace dos años. A partir de entonces, aunque  han aparecido muchos cuerpos, ya nadie se atreve a avisar. —Ahora se avisan ellos solitos después de algunos días de venir a echarlos—, dicen en el pueblo.
Por eso no me gusta pasar por el cementerio y prefiero darle la vuelta aunque me tarde el doble. Tenía, según me enteré, como dos meses que no habían ido a sembrar muertito. Con decirles que hasta mis compañeros habían cambiado de ruta y se iban por el otro lado, donde está el mercado  y el quiosco con los columpios alrededor; sin embargo, hoy en la mañana me quedé dormido más de la cuenta y tuve que pasar por ahí. Estaba temblando, pero a mitad del camino pensé: si te ven así  tus compañeros te matan a pedradas y eres el próximo muertito que encuentren, así que respire profundo, saque el pecho y me puse a silbar, y así hubiera continuado si no es porque ya para salir del baldío que me encuentro a un muchacho como de unos veinte años tirado y con la cabeza llena de sangre. El color me hipnotizó, la sangre no estaba negra y seca como la vez anterior, era roja y escurría poco a poquito de sus cabellos.
 La verdad es que me hubiera quedado todo el día mirando el espectáculo si no es porque de momento lo vi que se giró. Me pegó un susto tan grande que no paré de correr hasta llegar a la escuela. Ya en la entrada, a  un maestro se le ocurrió preguntarme si me pasaba algo, yo le dije que estaba bien, que sólo había corrido para llegar a tiempo. La verdad me remuerde un poco la conciencia, pero no me voy a arriesgar a que ahora me salgan con que mi mamá es la principal sospechosa.          

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