La soledad mata
![]() |
La soledad Camille Carot |
Hace algunos años escuché por primera vez esta frase y, aunque en aquel entonces estuve de acuerdo, han tenido que pasar varios años para que comprendiera el alcance de estas palabras.
Quizá después de un día abrumador en donde, entre otras situaciones, se han tenido que pasar largas horas compartiendo con otros cientos de personas el mismo aire viciado en un vagón del metro, uno sienta el deseo inaplazable de alejarse de las personas, sobre todo si se es un poco claustrofóbico. Incluso habrá ocasiones en las cuales necesitemos estar solos; tomar un espacio para nosotros mismos para reflexionar y resolver asuntos que nos aquejan o por lo menos vislumbrar un camino, por vago que sea, a seguir; sin embargo, la soledad cuando se prolonga por mucho tiempo hace daño, el aislamiento enferma al individuo que lo padece.
A veces, con sorpresa, uno cae en cuanta de que un día —no se sabe exactamente en qué momento— comenzó a sentir los estragos: ansiedad, desánimo, tristeza, falta de apetito, etcétera, y todo ello acompañado por un sentimiento inconmensurable de orfandad parecido al que refiere el poeta Cesar Vallejo en su poema “Ágape” cuando escribe “[…] He salido a la puerta, / y me da ganas de gritar a todos: / si echan de menos algo, aquí se queda! […]” y es que la falta de contacto con los otros literalmente puede llevarnos a la tumba.
Respecto al sentimiento de abandono apunta Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos “[…] Sentirse abandonado es, esencialmente, sentirse abandonado del «dios en nosotros», del componente eterno del espíritu, proyectándose en una situación existencial ese sentimiento de extravío que también posee relación con el tema del laberinto” (Cirlot, 63)
En efecto, la soledad es un laberinto en donde la única escapatoria es mirar a otros ojos y reconocerse así mismo. Viene ahora a mi memoria el pasaje de Don Quijote de la Mancha en donde éste tiene el encuentro con el afligido Cardenio y la primera reacción de nuestro querido caballero andante es abrazar al pobre hombre que, a fuerza de permanecer en el aislamiento, ha perdido el juicio: “Don Quijote le devolvió las saludes con no menos comedimiento, y, apeándose de Rocinante, con gentil continente y donaire, le fue a abrazar y le tuvo un buen espacio estrechamente entre sus brazos, como si de luengos tiempos le hubiera conocido” (I, XXIII). Y es que la primera vez que leí este encuentro sentí que don Quijote no sólo estaba abrazando al otro, sino que al mismo tiempo se abrazaba a sí mismo.
Digo, pues, que la soledad mata y contra la falta de un interlocutor con quien compartir el mundo, no sirven sucedáneos como hablar por teléfono, enviar mensajes por correo electrónico, conversaciones virtuales y demás formas de “contacto” por medios tecnológicos. Una conversación vía telefónica por más tiempo que dure, jamás aportará la misma sensación de bienestar que transmite un abrazo, un saludo o el simple hecho de compartir el mismo espacio con otra persona.
Jorge Iván Dompablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario