Apariencias
I
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Mosca Alesia Lund Paz |
La percudida luz inundaba la habitación, las figuras de humo producidas por los cigarrillos que consumían algunos de los dolientes danzaban pesadamente dibujando caprichosas formas, dándole un aspecto de tertulia bohemia a aquella reunión fúnebre. Una alfombra de rostros ajenos, hipócritas y de fastidio tapizaba la habitación recubierta de madera; los murmullos de rezos hacían dormitar a algunos de los presentes. Francisco, mejor conocido entre la familia como el tío Panchito, un hombre mayor y de semblante serio dejó parsimoniosamente, como toda la gente de edad, su lugar frente al féretro; mientras cerraba cuidadosamente su libro de rezos echó un último vistazo a su sobrino lejano y después se sentó junto a su esposa en una de las esquinas del velatorio.
—Pobrecito si estaba re’ joven.
—Sí, pero creo que por más que le recemos ya ha de estar en el infierno, imagínate: hereje y aparte suicida.
—¿Por qué lo habrá hecho?
—Quién sabe, siempre tuvo la mirada triste, además estaba medio loco.
—Pues no sé, pero hay que aguantar; apenas son las seis de la mañana y el entierro está programado a las nueve.
—Yo no sé por qué vinimos, viejo, si ya estamos grandes, cansados, además yo estoy enferma y a mi edad dicen que hace daño el aire de muerto; y para colmo ni lo conocíamos, ni nos caía bien.
—¡Cállate mujer que te van a oír!
Una mujer gorda sostenía su rosario con los ojos cerrados mientras murmuraba oraciones. Quien la hubiera visto en ese momento la podría haber confundido con una efigie de buda, otra mujer totalmente antagónica, flaca, y con cara de aburrimiento se acerco a ella ofreciéndole una torta.
—Coma algo, doña Olga, no ha probado bocado en toda la noche.
—Espérame, Esther, ya mero termino además estamos junto al difunto, hay que tener algo de respeto.
La mujer se sentó junto a su amiga mientras perdía la mirada en la flama de uno de los cirios que rodeaban el féretro. Olga al terminar tomó la torta que su amiga tenía en la mano y comenzó a engullirla con cortés voracidad.
—Ya ve, ¿cómo si tenía hambre?
—Primero están las cosas de Dios.
Esther asintió y volvió a perder la mirada en la flama del cirio, un momento de silencio imperó entra las dos mujeres.
—Oiga, Olga, usted que sabe mucho, dígame, ¿a dónde van las almas de los suicidas?
—Pues eso sí no lo sé bien, pero supongo que al infierno porque la vida Dios la da y Dios la quita; nosotros no somos nadie para decidir cuándo morir.
—¡Ay, pobrecito si tenía todo! Trabajo, casa, creo que hasta novia…oiga ¿se habrá matado por amor?
Olga, al escuchar el comentario, puso una mirada soñadora y respondió.
—No sé…pero sería muy romántico. Imagínate nada más, que un hombre se mate por una… ¡ay eso sí es amor! Como en los boleros.
Ambas mujeres se tomaron de la mano y suspiraron.
II
Alma estaba acostada sobre el piso con los ojos rojos e hinchados por el llanto, su rostro parecía el de aquellas efigies de la virgen María, con mirada triste y soñadora. Se había encerrado desde que recibió aquella nefasta llamada de la madre de Ricardo, cuya voz, mezcla de llanto y odio, se repetía en su cabeza.
—¿Qué le hiciste a mi hijo, perra?... Se tiró por la ventana.
Repetía en su mente aquella imagen del último momento en que lo vio, su sonrisa, su perfume, el último abrazo y el último beso.
—¿Por qué lo hizo? Si yo lo quería, se lo he dicho siempre.
Se repetía estas palabras a sí misma una y otra vez, queriendo encontrar una explicación a tan funesto suceso, pero todo era un misterio no sabía siquiera si había dejado una nota de suicida. En ese momento pensó: ¿se habrá enterado de lo de Omar?
III
Sentados en la banqueta fuera del cementerio estaban Omar y Gerardo, amigos de Ricardo, bebiendo cerveza y fumando mientras esperaban que iniciara el entierro, Omar dio un gran sorbo a su cerveza y dijo:
—Pobre Richard, si habíamos quedado de ir a Cuba en un mes…
Gerardo seguía con la mirada la silueta de una joven voluptuosa que posiblemente se dirigía a su trabajo.
—Así es esto, güey, yo tampoco lo esperaba…si estuvimos de briagos hace una semana.
—¿Crees que su vieja haya tenido la culpa?
—No creo, además ese cabrón sólo la quería para coger y ella no lo trataba mal…después de todo no dejó nota de suicidio así que no podemos saber qué lo puso tan mal para que hiciera eso.
Omar pensaba si acaso Ricardo se había enterado de lo que pasó con Alma el otro día, y si fue así ellos eran culpables de su muerte. No pudo más y se soltó en llanto en el hombro de su amigo, mientras le confesaba lo que había pasado.
IV
Una mosca recorrió todo el perímetro de la sala del departamento de Ricardo posándose en diferentes sitios en busca de alimento, hasta que lo encontró en las gotas de sudor que estaban sobre su rostro. Así la mosca interrumpió el momento más interesante de la lectura del cuento de horror fantástico de Ricardo. Él, con relativa indiferencia, espantó a la mosca y prosiguió con su lectura.
La sensación de riesgo que atravesé entonces no fue demasiado inquietante, tal vez por toda la serie de imprecisos temores que había sentido. Aunque sin definir exactamente la razón, estaba en guardia instintivamente y esto suponía cierta ventaja para el momento en que me enfrentara con el pleito verdadero que me estaba esperando. De todas maneras el hecho de que mis indeterminadas ideas encarnaran en una amenaza real y próxima me sacudió emocionalmente. Ni un solo instante creí que él estaba forcejeando con la llave en mi cerrojo, podría haberse equivocado de habitación. Desde un principio creí que albergaba oscuras razones, de modo que me quede mudo como un muerto en espera de los próximos sucesos…
Justo en ese momento en que por fin conocería quién acosaba al aterrorizado personaje, la mosca se volvió a posar sobre él, ahora justo en su nariz. Ricardo le lanzó una mirada de odio al mismo tiempo que la espantaba.
La mosca recorrió de nuevo la habitación intentando encontrar alguna otra fuente de alimento, pero todo fue inútil, así que decidió jugarse el todo por el todo, —morir o alimentarse—, pensó la mosca, mientras arremetía con celeridad hacia su presa.
Ricardo se puso iracundo al sentir a la mosca ahora en su frente.
—¡Pinche mosca pendeja, acabas de firmar tu sentencia de muerte, cabrona!—, dijo Ricardo en voz alta.
Y así comenzó la peculiar batalla entre la mosca y Ricardo. Él manoteaba en el aire esperando acertar un buen manazo a ese despreciable bicho que más rápido y ágil, tal despliegue de poder hizo rabiar a Ricardo que puso todo de su parte para asesinar a su gran adversario. Finalmente se armó con una vieja revista enrollada y comenzó a perseguirla hasta que la acorralo frente al ventanal. La mosca temió por su vida. Todo se decidiría en un movimiento, ambos se miraron al estilo de un western estelarizado por Clint Eastwood, dando un tinte cinematográfico a la escena. Ricardo, totalmente convencido de su superioridad sobre la mosca, sentencio:
—Ahora sí, pinche bicho, ni dios padre te va a salvar.
Y tiró una estocada bastante fuerte pero poco certera. Lamentablemente el ventanal no estaba totalmente cerrado y con un cómico movimiento resbaló y cayó al vacío. En el momento, mientras caía del quinto piso del edificio de departamentos, pensó en muchas cosas, todos sus recuerdos románticos y felices pasaron por su mente, también se imagino lo que dirían sus amigos, su familia, lo que pensaría Alma, y el cariño que nunca le correspondió Sandra, su único amor; pero a final de cuentas aunque él hubiese querido decir algo sus palabras fueron ahogadas por todo ese torrente de ideas.
El cuerpo de aquel hombre cayó pesadamente en la banqueta ante la mirada asombrada de algunos transeúntes que observaban la masa de sangre y sesos que se había formado. La mosca descendió tranquilamente, con la satisfacción del deber cumplido, y comenzó a degustar tal manjar con voracidad.
Armando Zamorano.
2 comentarios:
Más lugares comunes de los deseables, pero al fin buena historia, muy original, sorpresiva.
Tienes una historia formidable entre las manos, aunque siento que tienes que pulirle muchas cosas, y así quedará perfecta. ¡Felicidades!
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