
Con el silencio y los cerros
Cecilia Revol
El silencio camina despacio, pausado y sin muchas vanas pretensiones, anda con su túnica vestido de mesurados pasos.
El silencio es un sol silente, una sombra que lo cubre todo, un atiborrado desmenuzar de andanzas y brisas, una cuajada madrugada de perlas en el cielo.
El silencio es un invasor del ruido, lo invade todo como manto eterno y etéreo, es un néctar que bebe y embebe lo absoluto, un trote ligero y taciturno, un soplo cuadrado que se mete entre los costados, que finiquita al hombre, a la bestia, al vegetal.
El silencio es la larva arrebujada y sonámbula, es una célula autótrofa que se vasta sola para sólo lo que ella decidiera y quiera, es un obstinado y melancólico hado, un salpullido de pequeñas gotitas de nada, una inconmensurable grandeza callada, un invisible repujado en madera de un árbol manco y obcecado.
El silencio es un canto que danza en la muerte, una pequeña y acomodaticia claraboya en medio de un inusitado lienzo blanco.
El silencio es un despertar en la parca soledad del desierto, en el hielo más quimérico, más sortílego, más sacrílego, más intrincado, formado de estalactitas y estalagmitas infinitas y silenciosas.
El silencio es un rugido que se siente en el alma como machete horadador de cabezas nefandas, es la causa perdida del revolucionario resignado y cabizbajo, es el onírico suceso en medio del griterío monstruoso de todos los días, es la pierna enraizada de la noctámbula araña, es un juego de dichas y desdichas crónicas, una elevada y rauda certidumbre, un descalabro creciente y ardiente, una muela descalza que lo perdona todo pero no lo dice, un inacabado deambular de constelaciones infinitesimales y animales y bestiales y silentes.
El silencio es una oscuridad que deslumbra, una ociosidad que embelesa, un embalsamado sitio de internet, una punzada que solaza ampliamente a las neuronas, un pan incomible que no consuela, una constante llama fatua, un chilladero de pájaros perdidos en la oscuridad de la conciencia inconsciente, un mastuerzo con torvo espinazo y acre sabor, una palabra cegada, una bandeja de olvido, un rosario contenido, un Dios-mío en las entrañas pausadas y denodadas, una aglomeración atormentada, una bravura de orquídeas rozagantes y tristes, un pulular de insectos desconocidos y fértiles, una fuente en el Hacedor incontenible e inmensa.
El silencio es la caricatura escueta de la existencia, el enfermizo rumiar de las horas, la fatiga llana, la voz crepitante, los ríos que no corren y, estancados, mueren.
Nidya Areli Díaz.
3 comentarios:
Muy bello, me azora su virtud para intercambiar las imágenes con sus significados, tiene usted -y se lo digo con el más enaltecido beneplácito y humildad honesta- un talento envidiable. Sin embargo, puedo decirle con toda sinceridad que mi gusto por sus trabajos no opera únicamente en el terreno del placer otorgado por la experiencia estética, sino por una suerte mas vasta, me fascina el manifiesto estilístico y filosófico cuyo abordaje en éste trabajo en particular (a mi humilde parecer)es un sondeo de la angustia patente en el existir y en el cotidiano contender entre el ser y el no ser. Sin duda muy Shakespeareano. En fin, felicidades, me moría de ansias por leerla. Gracias por compartir.
He parloteado mucho y creo que la mejor manera de enaltecer su trabajo es guardando silencio... un pasmoso y admirado SILENCIO.
Pues aquí todos hablan de humildad y me parece que en todo, aunque haya un dejo de virtuosismo, hay también mucha arrogancia. La grandilocuencia puede bien terminar siendo un defecto.
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