El pecado
Capilla sixtina
Miguel Angel
Somos histriones por naturaleza, nos encantan los aplausos casi podría asegurar que desde el mismo vientre materno, aprendemos a caminar porque alguien nos lo aplaude, y lo mismo con el lenguaje o el oficio que nos sostendrá. Claro que nunca estamos totalmente acabados, buscamos y buscamos una perfección patológica quién sabe para qué, para la gran obra del juicio final, diría la biblia. Pero quién creo a quién: Dios a los hombres o los hombres a Dios. La creación es mutua, al final todos venimos de la nada, y si no, ¿qué hacía Dios antes de crear mundo y hombre?
A todo queremos hallarle el sentido, el por qué, y ¿acaso no responde ello a una falta total del mismo en todo lo que nos circunda, incluso en la existencia misma? En el principio fue el significado, luego el significante, la esencia fue prima, luego el nombre y las cualidades que el hombre le inventó, porque, ¿qué es el significante sino un algo que describe un todo, una abreviatura del significado?, y nosotros como significados, ¿no nos inventamos cada día con un significante renovado?, ¿no pactamos con Dios con tal de no ser borrados de la gran lista de significantes de lo material? Porque somos materia, polvo somos, dice la biblia. Y polvo con su nombre reiterado para que no se les olvide a los que nos rodean o incluso a nosotros mismos que eso que somos tiene nombre —significante—, y es por tanto, de tal o cual modo; es decir, le corresponde actuar así y no de aquella manera.
Y la representación, el actuar, ¿no es acaso una farsa?, más aún, en vida: el ensayo de la farsa. Porque en la tradición cristiana, esta vida es solamente una preparación, un ensayo para un evento de mayor trascendencia. Ahora bien, dicen que echando a perder se aprende. Por lo tanto, y porque esta vida no es sino sólo un simulacro de la verdadera vida, y de acuerdo al sabio postulado de la tradición popular mencionado anteriormente, aprendemos y practicamos para el momento cumbre mediante el pecado, pero el pecado en tanto error, siempre aberrante, condenado por el cristianismo sería, no obstante, el mejor maestro y por lo tanto nos prepararía mejor para ese otro gran evento. Para el momento culminante y para el gran porqué.
Nidya Areli Díaz.
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