domingo, 20 de marzo de 2011

Columna vertebral


Calle de Gabino Barreda (1944)
Óleo sobre lienzo
Autor: Gunter Gerzo


Su cuerpo, en agonía desde la tarde, luchaba con desesperación por parir al monstruo, al principio había puesto todas sus esperanzas y empeños en el acto, lo imaginó grande, hermoso, quizá perfecto. Podría decirse incluso que la ternura estuvo presente en su concepción, por ello fue que buscó el momento apropiado, se informó sobre las prevenciones que ameritaba el caso, dispuso sus herramientas con un orden exquisito que lindaba en patología; sin embargo, todo fue inútil: las mejores horas, las felices, pasaron. Ahora el día se terminaba y con él su paciencia. 
      Podía verlo, por decirlo de algún modo, como realmente era: deforme, pegajoso, aferrándose con cada una de sus patas que hacía recordar a una sanguijuela que chupa no la sangre, sino la fuerza y la vida. Pero esto no era lo que más le molestaba, pues reconocía parte de su misma naturaleza en ese ser grotesco; finalmente algo debía de heredar del Padre. La indignación, la rabia eran contra sí mismo, contra su estúpida ceguera de creer que esta vez sería diferente, era ésta la causa de haberlo abandonado dos años atrás y aquí estaba de nuevo.
      Deseaba sacar las tijeras que había guardado el día anterior en el costurero para abrirse el pecho, ingresar en él las manos y arrancarlo de sí definitivamente; mientras tanto, el reloj seguía avanzando en su loca carrera infinita, los parpados cada vez más pesados, los ojos secos, sanguinolentos. El humo del puro llenaba la habitación provocándole nauseas, la mesa sobre la cual “trabajaba” embarrada de cenizas, los diccionarios botados, la pluma imperturbable y él a punto de caer al abismo lleno de vértigo ante la hoja en blanco.
Jorge Iván Dompablo.

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