Por Nidya Areli Díaz.
Arribé, libro en
mano como siempre, la vista al alcance de mi lugar favorito, sin embargo, un
hombre atractivo, cuyas manos sostenían a la altura del mentón un ejemplar como
el mío, lo invadía. Peor aún: todas las mesas ocupadas. Entonces me acerqué
bajo la sospecha de que el individuo aguardaba por mujer alguna. —¿Esperas a
alguien? —, pregunté casi con temor, y ante la negativa de aquella boca de
cereza pegada al cafeto, tomé lugar. Luego el mesero vino por saber que
deseaba. Un doble cortado con denominación Blue Mountain hubiera estado
bien, pero la idea de un buen grano brasileño recién molido y preparado a la
Bedoña me reanimó.
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Cefé vienés Ernest Descals |
Mientras el mesero vertía
la aromática infusión, me percaté que el par de abismos incitantes del
guapo hace rato me miraban. El perfume subía lento hasta penetrar mi alma por
las fosas nasales. No estaba segura de decir algo: la gama de presentaciones es
un mar de posibilidades entre dos desconocidos. Esos vapores, de un resabio
entre dulzón y amargo, estimularon lo suficiente mis papilas para dar el sorbo de entrada; luego la
sonrisa surgió espontánea, yo había dado el primer paso y ahora él, con sus
ojos color grano tostado y a propósito del aroma embriagador, correspondió: —¡Qué
maravillosa bebida! Dicen que la descubrió un pastor etíope—. —Y que durante un
buen tiempo estuvo prohibida en Europa bajo pena de tortura—, lo interrumpí,
pues de sobra conocía la leyenda, la historia y las denominaciones del café. La
conversación afloró espontánea bajo el efecto socializante del exquisito
elixir.
Nos
fuimos después de varias horas de charla... y quedamos de vernos al día
siguiente a la misma hora.
1 comentario:
Hola, te quiero felicitar por como has documentado mi pintura, gracias, Ernest.
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