domingo, 6 de octubre de 2013

Café y a la misma hora

Por Nidya Areli Díaz.

Arribé,  libro en mano como siempre, la vista al alcance de mi lugar favorito, sin embargo, un hombre atractivo, cuyas manos sostenían a la altura del mentón un ejemplar como el mío, lo invadía. Peor aún: todas las mesas ocupadas. Entonces me acerqué bajo la sospecha de que el individuo aguardaba por mujer alguna. —¿Esperas a alguien? —, pregunté casi con temor, y ante la negativa de aquella boca de cereza pegada al cafeto, tomé lugar. Luego el mesero vino por saber que deseaba. Un doble cortado con denominación Blue Mountain hubiera estado bien, pero la idea de un buen grano brasileño recién molido y preparado a la Bedoña me reanimó.
 
Cefé vienés
Ernest Descals  
 
          Mientras el mesero vertía  la aromática infusión, me percaté que el par de abismos incitantes del guapo hace rato me miraban. El perfume subía lento hasta penetrar mi alma por las fosas nasales. No estaba segura de decir algo: la gama de presentaciones es un mar de posibilidades entre dos desconocidos. Esos vapores, de un resabio entre dulzón y amargo, estimularon lo suficiente mis papilas  para dar el sorbo de entrada; luego la sonrisa surgió espontánea, yo había dado el primer paso y ahora él, con sus ojos color grano tostado y a propósito del aroma embriagador, correspondió: —¡Qué maravillosa bebida! Dicen que la descubrió un pastor etíope—. —Y que durante un buen tiempo estuvo prohibida en Europa bajo pena de tortura—, lo interrumpí, pues de sobra conocía la leyenda, la historia y las denominaciones del café. La conversación afloró espontánea bajo el efecto socializante del exquisito elixir.

Nos fuimos después de varias horas de charla... y quedamos de vernos al día siguiente a la misma hora.         

                                                                                             

1 comentario:

ERNEST DESCALS dijo...

Hola, te quiero felicitar por como has documentado mi pintura, gracias, Ernest.