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Libro de libros Vladimir Kush |
Cuando era niña creía que leyendo El Quijote sería suficiente para llegar al clímax de la sapiencia y de la lectura. Consideraba que si uno leía La Biblia, ya ningún libro tendría nada más que mostrar.
Ahora contemplo la majestuosidad de las ediciones caras de títulos varios que me he permitido adquirir a costa de otras cosas más necesarias y prácticas, colecciono las palabras que se yerguen todo poderosas en un orden infinito y perverso y milenario para arrobar al lector en sus tropos y en su música, me asolan las pastas en imitación de piel, las letras doradas que anuncian títulos que aunque engalanan mi biblioteca desde hace no poco tiempo, todavía no he podido leer. Quisiera devorarlos a todos, mi tiempo todo es para ellos, a ellos consagro mi vida y casi todos mis pobres ingresos. Mil veces Moby Dick a una blusa nueva, diez mil veces las obras completas de Sor Juana a un celular con música, aunque me temo, sigan allí esperando su turno, apilados en anaqueles celestiales a lado de otros muchos tomos que no gozan de mejor suerte.
¿Qué decir de los catálogos o los exhibidores de las librerías? Una vez una mujer me dijo que sería muy complicado regalarme a mí un libro, pues ya todos debía de tenerlos, y yo le contesté que me faltaban cientos, que incluso podía extenderle una lista de los que aún no tenía, por si un día se daba el caso de que quisiera regalarme alguno.
Algunas personas dicen que es una enfermedad. Yo pienso que sí, que debe serlo, porque no leer me produce un delirium tremens de magnitudes insospechadas, y estar lejos de ellos me hace muy infeliz. Sé perfectamente donde han parado todos los libros de mi vida que he perdido, que se fueron de mí o que dejé partir, sé también donde están los que no tengo a mi lado. Los extraño, a menudo sueño con ellos, pienso que es una traición de mi parte el prestarlos, que al serme devueltos me mirarán con un poco de recelo y me soltarán algunas lagrimas de resentimiento desde sus hojas de papel cultural entre cafés y amarillas.
Yo no le pido a Dios riquezas ni buenos amores ni hijos ni otra cosa de esas que pide la gente de buen corazón, le pido tiempo y ojos suficientes para leer mis libros y que, por otra parte, nunca me falte un libro que leer, aunque me falte el mundo, aunque me quede sola y esté triste, que no me falte la página nuestra de cada día.
Nidya Areli Díaz.
3 comentarios:
¡Maravilloso! ¿Cuántas mujeres y hombres existen en la tierra con esa avidez lectora y literaria? Poco, demasiado pocos, diría yo... Me encantó su colaboración, excepcional, sólo como usted lo puede ser. La pintura que ha tenido a bien escoger para acompañar sus letras es sencillamente espectacular. ¡Enhorabuena!
Amén!
Me identifico totalmente. Saludos.
Cielo Ramos
Casi Borgeano mi querida amiga. Siento la mano escritora del Borges, que soñaba con un Cielo a manera de Biblioteca, manipulando la tuya propia. Y bueno, ¿que si es una enfermedad? pues bienvenida. Pero no estás sola. Somos Legión; sólo hay que atreverse a salir del closet y resignarse al grandioso epíteto de "Ñoño".
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