Saturno devorando a su hijo
Francisco de Goya
El calor en estos días es asolador, nuestro resplandeciente padre nos odia más que nunca y dispara sus extenuantes, incandescentes y dañinos rayos, cual flechas asesinas sobre la tierra. Yo de plano ya estoy enferma, me he resfriado debido, entre otras cosas, a lo desgastante del calor y los cambios bruscos de temperatura. Dios, por otro lado, se ha proclamado ausente, el mundo está de cabeza: unos en guerra, otros recuperándose del terremoto, unos más tratando de descubrir qué hacen aquí. Nuestro México lindo y querido encuentra cada día como tesoros malditos, las bien o mal llamadas narco-fosas, repletas de un manjar de cadáveres, nos ilustra además con tan coloridos hallazgos y pone en primera plana de cada periódico amarillista -que casi son todos- la fotografía menos sutil. La imagen hubiese horrorizado al Saturno de Goya.
Nosotros queremos saber dónde están los malos. Se cree que se esconden en cavernas y se alimentan allí de inmundicias, se fortalecen y planean sus próximos golpes en una demoniaca oscuridad, rindiendo culto a Lucifer y protegidos por la luna, -últimamente el sol, decepcionado del mundo, se ha vuelto su cómplice-. Probablemente tengan apariencia de monstruos cinematográficos hollywoodenses, lo cierto es que Lovecraft se quedó muy corto con sus historias de horror. El pánico ahora es psicológicamente recargado y casi siempre letal. Todos nos preguntamos inconscientemente ¿quién a nuestro alrededor -acaso nosotros mismos- será el próximo? Ellos salen de sus cuevas no se sabe a qué hora y sin que nadie se percate raptan a las personas, las llevan a sus guaridas y allí las hacen sopa, las entierran en esos hoyos que después descubren los vigilantes del bien y la justicia, y como un regalo, los medios de comunicación nos presentan la primicia con foto y todo.
Algunos escépticos tenemos la disparatada teoría de que los malos se encuentran en lugares menos macabros y más respetables, por ejemplo, en los congresos, en alguna zona de lujo como Los Pinos, en los palacios de gobierno, etcétera. Creemos además que visten trajes de diseñador, que son acompañados por guaruras y que son éstos últimos quienes hacen el trabajo sucio. Creemos también que sus secuaces reciben su entrenamiento de carnicería e insensibilización en instancias como el ejército. Suponemos que no creen en el diablo ni en Dios ni en nada, que son en cambio fervientes vasallos del dinero, que lamen los traseros de las trasnacionales a cambio de pequeñas tajadas que no se comparan con las ganancias de éstas; que producen, distribuyen y fomentan las drogas fingiendo que desean erradicarlas.
Suponemos además que estas gentes muy respetables van a misa los domingos y se dan sus baños de pureza absueltos por sacerdotes pederastas que también reciben su parte. Que de vez en cuando ponen ante las cámaras un chivo expiatorio; que matan, violan, secuestran, trafican con personas, amedrentan y engatusan porque el miedo, el terror es el mejor medio de manipulación, porque sólo así nuestro pobre México seguirá dormido, porque sólo así seguirá permitiendo que lo saqueen, que haya pobreza extrema a lo largo y ancho del país y que para cada ser humano ello no sea tan grave comparado con su propio terror: a perderlo todo, a ser asesinado, a vivir aquí sin tener otra posibilidad.
En fin, somos sólo escépticos un poco dementes los que creemos tales calamidades. Los malos en todo caso no pueden ser individuos tan respetables elegidos “legalmente” por el mismo pueblo, hombres cuya raza no tiene nada que ver con el calentamiento global, con los sistemas capitalista y neoliberal, con la política internacional de la explotación de las masas, ni con que el padre Sol se haya vuelto nuestro enemigo debido al hoyo en la capa de ozono. No pueden ser estos señores que hablan tan bonito durante las campañas electorales. Deben ser, por el contrario, monstruos que viven al asecho, que se alimentan de inmundicias en cavernas demoniacas, que le rinden culto al maligno…
Nidya Arei Díaz.
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