Muchas investigaciones científicas demuestran que, generalmente, la memoria se amolda al subconsciente del individuo en cuestión, en pocas palabras: cada quien se acuerda de lo que ocurre según las necesidades o necedades de su inconsciente. El otro día, recordando viejos amores, me vino esta idea a la mente y se me ocurrió que seguramente, lo que juramos y aseguramos como nuestro pasado no debe tener más que un porcentaje de real, hay que indagar por ende, qué porcentaje.
Todo esto me hace pensar en el universo borgiano, quién me asegura que el amor de mi vida de la primaria no es solamente un cortocircuito de mi cerebro y en realidad nunca existió. Pienso sobre todo en aquellas gentes a las que uno conoce en cierto momento de la vida y luego no se vuelven a ver nunca, y ello es quizá porque jamás las conocimos ni estuvieron en nuestra vida. Los niños suelen tener amigos imaginarios, ¿por qué no pasaría alguno de ellos por persona real en nuestra mente laberínticamente borgiana? Y por otra parte, ¿quién puede demostrarnos sin que el acto mismo parezca treta, que nosotros mismos somos reales?, aún más, ¿quién puede definir la realidad en el mismo sentido?...
Hay que ver en todo caso: somos un trozo de materia que un día soñó con la vida y su existencia. Todo lo demás sale sobrando, el vivir es tan legítimamente real como tener la certeza de que hoy respiramos y mañana quién sabe, como la convicción de que hay un número infinito de seres que estuvieron antes de nosotros y de quienes nunca sabremos nada. La existencia es tan real como el hecho de que en este preciso instante nada nos asegura que el compañero que despedimos ayer en el trabajo, la escuela o donde sea, no desaparecerá hoy o mañana sin dejar rastro alguno, y ello con la suficiencia para demostrarnos más su no-existencia que lo contrario.
Con todo esto se puede refutar: una cosa es la vida y otra la existencia. Hay algo de verdad en ello. Pero acaso, ¿no es la existencia la vida de lo aparentemente inanimado? Ya sabemos que un mundo de sub-átomos se mueve en cada pedazo de materia por pequeño que sea y ¿ello no constituye una forma de vida? En todo caso la vida es efímera y la existencia no. Ello nos recuerda la ley de Newton: nada se crea ni se destruye, sólo se transforma. Pero quiénes somos para determinar qué existe y que no.
Mientras tanto, sigamos con la ingenua ilusión de nuestras propias existencias: creamos con todo el corazón que mañana despertaremos de nuevo, con la incauta creencia de que tanto nosotros como lo que constituye nuestro universo es de verdad; es decir, no sólo una estratagema de nuestra mente, o de lo que podríamos creer nuestra consciencia.
Nidya Areli Díaz .
No hay comentarios:
Publicar un comentario